Vía Crucis

El camino de la cruz y la meditación de la Pasión según las Sagradas Escrituras impregnan toda la vida de Margarita. En la contemplación de este misterio encontró consuelo y valor, siempre guiada por la luz celestial del Amor Santo, ya que la cruz es la llave de oro que nos abre el Cielo. Aquí tocamos uno de los misterios esenciales de la vida de fe: Cristo, desde la altura de la cruz, en el punto álgido de su sufrimiento, ofrece su perdón a sus verdugos e invita a Dios Padre a unirse a Él en este proceso: "Padre, perdónalos...". Perdonarse mutuamente sigue siendo la condición sine qua non para entrar en la claridad pascual. Todos los días, en su habitación, o a veces en la iglesia de Siviriez, Santa Margarita meditaba el Vía Crucis. Toda la interioridad, contempló el silencio del Vía Crucis, porque el Vía Crucis es ante todo un camino de silencio que favorece la vida interior. Inspirada por el Espíritu Santo, y enviada por su confesor, Margarita rezó un Vía Crucis en la Abadía de la Hija de Dios, por el descanso del alma de la madre de su ahijada. Al final de la meditación, Santa Margarita abrazó con alegría a su ahijada, la Madre Lutgarde, y le dijo "Ahora estate en paz, no tengas más preocupaciones; tu madre está en el cielo" (Summ p. 230)