Margarita reza el viacrucis y revive la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

El misterio de la cruz que se abre hacia la luz pascual es el libro de vida de Margarita. Cada mañana se toma su tiempo para abrir los sellos del libro y para contemplarlo, meditando sobre la Pasión, el viacrucis. De este modo, responde al deseo mismo del Cristo de la Pasión, que confía a cada uno de nosotros de velar con Él por lo menos una hora, como había pedido a sus discípulos en Getsemaní. Margarita redobla a veces su celo de tanto que su configuración con el Cristo sufriente es ardiente. Sus viacrucis pueden durar hasta dos horas. ¡Y todavía más, todo el día! Vive lo que llamamos el reloj de la Pasión, donde hora tras hora está en comunión en las diferentes etapas: de la agonía en Getsemaní, y de Getsemaní a la cruz dolorosa del Gólgota detrás de la cual resplandecen las luces de Pascua.

Siviriez duerme bajo la nieve. Los sonidos familiares del otoño han callado. En su pequeña habitación, iluminada por campos de nieve, Margarita está de rodillas en un banco estrecho, silenciosa, inmóvil, con un crucifijo apretado contra su corazón. Internamente revive todas las etapas de la Pasión: Jesús ante sus jueces, escarnecido, azotado y coronado de espinas afiladas... Luego viene la lenta subida del Gólgota, los hombros aplastados por el peso de la cruz, la frente pálida por el dolor y manchada de sangre. Aparecen algunos rostros, Simón de Cirene, María, Verónica... En el silencio más profundo, el de la visión interior, Margarita siente cada martillazo que hunde los grandes clavos en las manos abiertas de Jesús, de su amor; y en sus manos también, sus manos de campesina y costurera se clavan los clavos de la tortura. Su sufrimiento es silencioso. En el silencio, ella avanza a través de las tinieblas que se extienden por todo el mundo de la sexta hasta la novena hora.

Se le oye susurrar estas palabras: miserere, miserere.... Sólo el Amor hace posible ver con el corazón. Como María Magdalena, es por amor que Margarita puede reconocer a Jesús el Resucitado, el Viviente. Estas largas horas de silencio enriquecieron y profundizaron su vida de fe, e incluso transformaron su vivacidad natural en una gran calma en la conversación, lo que notaron sus contemporáneos. Margarita vive esta experiencia mística en su casa o en la iglesia de Siviriez. Muchas veces su familia la sorprende en su habitación, inmóvil, arrodillada en su banquillo, crucifijo en mano, apretándolo amorosamente en su corazón. En su interior contempla el silencio del viacrucis, porque el viacrucis es ante todo un camino de silencio que favorece la vida interior. Pocas palabras, pero muchos gestos intensos de amor, de afecto, acompañados de miradas de ternura y compasión.

En el viacrucis, Jesús habla poco (ante Caifás, Pilato, y las mujeres de Jerusalén...), y en la Cruz: tan solo siete palabras. Nos enseña que la vida de fe se conjuga con la vida interior. Es en el silencio que Él nos da paz, serenidad y tranquilidad. Muchas veces el exceso de palabras nos lleva a la dispersión espiritual. En este sentido, el apóstol Santiago compara la lengua con la chispa que puede, devastadora, abrasar un vasto bosque. En los momentos que pasa con las personas que buscan su consejo, Margarita siempre guarda un momento de silencio, porque antes de responder, siempre está en su interior atenta al Espíritu Santo.

 El viacrucis, vivido solo o con otras persona, tiene una dimensión comunitaria. Al meditarlo, también llevamos nuestra cruz en comunión con los que sufren. Es en esta solidaridad vivida con fe que esta oración nos lleva al perdón mutuo.

Entramos aquí en uno de los misterios esenciales de la vida de fe: Cristo, desde lo alto de la cruz, en la cumbre del paroxismo de su sufrimiento, ofrece su perdón a los verdugos e invita a Dios Padre a seguirlo: "Padre, perdónalos....". Perdonarse unos a otros sigue siendo la condición indispensable para entrar en la luz pascual. Margarita es consciente de esto y por eso va con frecuencia con el sacerdote para reconciliarse con su Señor, para acoger el perdón de Dios. De esta forma, ella recibe la fuerza para perdonarse por los pocos errores que haya podido cometer hacia su familia y para perdonar el daño causado por su familia y por el que a veces sufre.

Es así que el viacrucis y la meditación de la Pasión según las Sagradas Escrituras impregnan toda la vida de Margarita. En la contemplación de este misterio, Margarita encuentra consuelo y aliento, siempre guiada por la luz celestial del Amor Santo, ya que la cruz es esa llave de oro que nos abre el cielo. Así pues, marcada por el Cristo Pascual, Margarita revive cada vez la Pasión, no como el recuerdo de un acontecimiento, sino como un camino nuevo y único, como un misterio en el que está profundamente implicada con todo su ser.

En su carta a los romanos, el apóstol Pablo escribió: “Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte. Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”. Margarita Bays es el ejemplo claro de esta afirmación de San Pablo. Al revivir la travesía de la muerte a la resurrección, cumple perfectamente con su bautismo. En sus éxtasis del viernes, sobre todo los del Viernes Santo, Margarita pasa de lo temporal a lo intemporal como si no hubiera separación entre el acontecimiento histórico de la Pasión y su propia experiencia mística en el tiempo que vive, en su casa, en La Pierraz. Les confía a algunos amigos íntimos lo que vive y ve de la Pasión de Cristo, con quien forma cuerpo de manera mística. Habla de ello sobretodo con Monseñor Jaccoud, su párroco durante varios años. Admite, por ejemplo, que lo que ve en sus éxtasis no es exactamente lo mismo que lo que se describe en los Evangelios o en el viacrucis. Esto significa que la experiencia mística puede captar aspectos no descritos en la Sagrada Escritura, ya que cada evangelista da su propia visión de la Pasión. Además, Juan termina su evangelio diciendo: "Hay además muchas otras cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran.». Su propia familia decía, que, cuando Margarita terminaba su meditación, tenía los ojos enrojecidos y el rostro abatido, pero no estaba triste. No se sale ileso de la invasión divina.